¿Y quién audita ahora a los gobiernos ‘net zero’?

Verde que te quiero verde. Los versos de García Lorca nunca se habían visto tan reflejados en el marketing político. Pero las grandes promesas de descarbonización serán humo sin supervisión ni un compromiso que esté por encima de los procesos electorales

Las últimas 72 horas son mucho más que un cuadrilátero geopolítico en el que todos los grandes países del mundo han paseado su ‘marketing’ verde.

Con Estados Unidos comprometiéndose a recortar a la mitad su nivel de emisiones; Japón y Canadá anunciando nuevos objetivos, Reino Unido elevándolos, China concretándolos y la Unión Europea convirtiéndolos en Ley, probablemente la economía mundial haya creado el mayor consenso sobre su horizonte de toda la historia moderna.

Un consenso, que, sin embargo, es necesario aterrizar y que no cuenta con elementos que obliguen a su cumplimiento. Con nueve años por delante para alcanzar los primeros objetivos, y la triste experiencia de que los compromisos no se heredan en los cambios de gobierno, parece complicado pensar que la carrera hacia las ‘net zero’ en la que se está embarcando el mundo, no vaya a tropezar con problemas, parones, negaciones, renuncias

Los distintos gobiernos del mundo están utilizando la lucha contra el cambio climático no solo desde la conciencia -que cada uno sabrá realmente hasta dónde llega-, sino como una herramienta para salir de la crisis económica y captar inversiones en un mundo que ahora mismo está inundado de dinero, pero de capital que se decanta (o eso parece) por lo ‘sostenible’.

Los más optimistas -hace días reflexionaba sobre ello el Dr. Hans-Jörg Naumer, Director global Capital Markets & Thematic Research de Allianz Global Investor en un tribuna en SOCIAL INVESTOR– lo relacionan con una nueva oleada de crecimiento -la sexta-, en esta ocasión propiciada por un nuevo capitalismo, que ya no busca solo el beneficio económico para los accionistas; sino que aspira a un beneficio más repartido entre la sociedad.

Hoy por hoy el ser verde o sostenible es un reclamo para captar dinero con mejores condiciones

Hoy por hoy -los financieros lo llaman ‘greenium’-, el ser ‘verde o sostenible’ parece un reclamo para captar dinero con mejores condiciones. Y esa prima es demasiado atractiva para, en plena década de Instagram, no hacer una prueba para comprobar si solo con parecerlo es suficiente.

Con el volumen de inversiones que se tendrán que movilizar para alcanzar los objetivos presentados en las últimas horas -y los estados muy endeudados- a ver quién se hace la foto con la bandera procontaminante, antidiversidad y mala gestión gubernamental.

Lo hizo Donald Trump y se ha quedado incluso sin cuenta de ‘Twitter‘, pero no se debe olvidar que el S&P 500 ya estaba en máximos históricos bajo su presidencia. Porque el dinero sabe cambiar de intereses y todavía no está comprobado que el romance con los activos ESG sea un ‘para siempre’.

Por el momento, muchos inversores que se enganchan a la inversión responsable lo hacen buscando rendimientos más altos, según un informe del Deutsche Bank, que ahonda en sus verdaderas motivaciones.

¿Controlará el mercado a lo público?

El Acuerdo de París es voluntario; es un acto de responsabilidad para las generaciones venideras, pero no es una norma de obligado cumplimiento para sus signatarios. Y eso abre muchas incógnitas sobre cómo quién va a ser el guardián para que las promesas de las últimas 48 horas sean reales.

La política moderna nos ha acostumbrado a que se realizan promesas para ganar elecciones y después se gobierna como cada uno realmente quiere (o puede, o sabe); y que los compromisos a largo plazo están para romperse. Con más 25 años por delante hasta el 2050 muchos debates electorales tendremos que digerir y, probablemente, algunos sobresaltos.

La reentrada de Estados Unidos en los compromisos climáticos muestra lo escarpada de la cima. Porque el Acuerdo de París, aunque es joven, ya ha visto a dos presidente norteamericanos defenderlos -Obama y Biden- y a otro, rechazarlo -Trump-.

Sin una organización que imponga sanciones, todo quedará a merced del color político

Sin una organización supranacional capacitada para imponer sanciones, o el propio comité del Acuerdo de París avalado para ello, a quienes incumplan sus compromisos, las obligaciones van a quedar a merced del color político que mande a lo largo de las próximas décadas.

En un mundo ideal, los grandes inversores, podrían actuar como controladores. Las políticas de implicación (‘engagement’) serían una herramienta útil para penalizar a aquellos estados que no cumplieran con los objetivos.

¿El castigo? La venta de deuda o la no adquisición de nuevas emisiones a través de políticas de exclusión; que restarían capacidad de maniobra financiera a los incumplidores.

Pero parece complicado que eso se asiente en el mundo real. Si algunos inversores son incapaces de votar en contra del nombramiento o la reelección de un consejero o un presidente de una cotizada para no ‘molestar’ o no cerrarse otras puertas de negocio, imagínese lo que serían en el caso de los gobiernos.

Un aviso de desinversión se podría interpretar como un golpe de Estado o un insulto a la Democracia

Se podría interpretar como un intento de golpe de Estado -un insulto a la Democracia- y habría que luchar, además, contra los todopoderosos bancos centrales; que se ha comprobado que saben comprar deuda cuando hace falta.

Y luego existen las decisiones ‘por necesidad’, que obligan a tomarse un respiro en los cumplimientos, como la que ha provocado el COVID-19 con el pacto de estabilidad europeo.

Con las reglas congeladas, quizás haya algunos gobiernos que se estén pasando con el gasto y que estén asumiendo déficits por encima de los necesarios. Luego vendrán los lamentos, pero es probable que los sufra el siguiente nombre que salga de una urna.

El movimiento ‘net zero’ está creciendo entre la banca, la industria de la inversión colectiva, los ‘lobbies’ activistas climáticos…; pero sus campañas están enfocadas al sector privado; igual que los mensajes amenazadores y ejemplarizantes de algunos grandes inversores.

Nadie todavía se ha atrevido a lanzar una amenaza de desinversión sobre un gobierno que incumpla su propia hoja de ruta hacia las cero emisiones.

Es un juego distinto, complicado, pero sobre el que deberíamos empezar a escribir reglas de juego. Aprovechemos el espíritu verde de esta generación de políticos para que lo transformen en una norma que comprometa. Que luego cuando no convenga -y ahí está la OTAN– sea realmente difícil abandonar.

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